La ansiedad forma parte de la condición humana y sirve para afrontar situaciones de peligro o riesgo. Sin embargo, cuando es demasiado intensa, se convierte en una fuente de sufrimiento que es necesario controlar. Cuando sobrepasa cierta intensidad o supera la capacidad adaptativa de la persona es cuando la ansiedad se convierte en patológica, provocando un malestar significativo, con síntomas físicos, psicológicos y conductuales.
Las manifestaciones sintomatológicas de la ansiedad son muy variadas:
A nivel físico con taquicardias, palpitaciones, falta de aire, temblores, opresión en el pecho, sudoración, molestias digestivas, alteraciones de la alimentación, náuseas, vómitos, “nudo” en el estómago,, tensión y rigidez muscular, cansancio, hormigueo, sensación de mareo e inestabilidad.
A nivel psíquico, inquietud, agobio, inseguridad, sensación de amenaza o peligro, ganas de huir o atacar, temor a perder el control, sensación de vacío, sensación de extrañeza o despersonalización, etc…
No todas las personas tienen los mismos síntomas, ni éstos la misma intensidad en todos los casos. Cada persona, según su predisposición biológica y/ o psicológica, se muestra más vulnerable o susceptible a unos u otros síntomas.
Es necesario en muchos momentos poder pedir ayuda a un profesional clínico con el objetivo de paliar la ansiedad, conociendo el malestar y llegando a poder controlarla. No es un proceso fácil, que en muchas ocasiones requiere tiempo, en ocasiones necesitando llegar al origen y a lo mas profundo del psiquismo de la persona y, en otras, realizando un trabajo psíquico centrado en el aquí y ahora, poniendo palabras a la angustia y dejando de experimentarla como algo displacentero.
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